miércoles, 1 de septiembre de 2010

Zombificación.

zombificación
Toda aquella pesadilla empezó una noche de verano bajo un cielo cubierto de estrellas titilantes.
Fue después de tres largas horas de ritual en donde marcaron mi piel con veves, danzaron al compás de los timbales y soplaron el polvo mortal en mis ojos.
Los huesos de un cadáver, el veneno de un sapo, el aguijón de un gusano de mar, el jugo de un pez globo, hierbas y minerales.
Todo machacado se guardó tres días y tres noches dentro de un ataúd con el cadáver de un conocido hechicero de la comarca. Estos eran los ingredientes con los que se componían el polvo del sacrificio, el polvo que hizo que mi mente se nublara agolpando miles de imágenes en las que Loa la serpiente reptaba sobre mi cuerpo totalmente inerte.
Alguien cosió mis labios. El dolor era insoportable pero no podía defenderme por que el efecto del veneno había llegado a mi cerebro paralizando todos mis músculos, aunque no mis pensamientos.
Luego, entre danzas y cánticos un grupo de sudorosos hombres encabezados por un Boko, me metieron en un triste ataúd de delgada y húmeda madera.
A partir de ese momento una oscuridad absoluta se apoderó de mí. Sólo podía oír el latido de mí agitado corazón que parecía querer salir de mi cuerpo buscando también un poco de luz en aquella trampa maldita.
Quería gritar, pero mi voz no respondía, quería mover mis manos, pero mis manos se negaban a obedecer. Cada vez que intentaba moverme o gritar mi cuerpo parecía encajonarse aun más en la profundidad de la tierra. Era como si miles de manos me arrastraran hacia el interior del infierno sin poder evitarlo.
Y así pasaron largas horas de desesperada oscuridad, sentía la humedad de la tierra filtrándose a través de las paredes de mi caja, hasta podía sentir como los gusanos empezaban a pasearse entre los dedos de mis pies produciéndome un desagradable cosquilleo.
En mi desesperación, recordé imágenes de mi larga tortura, el olor a cera quemada, mujeres y hombres poseídos danzando medio desnudos con movimientos obscenos, animados por los tambores y la sangre, la sangre estaba presente en todos los rincones, luego aquel polvo cegó mis ojos en un instante.
Pasó un día. Quizá dos, el tiempo se paró para mi. ¿Estaría muerto? ¿Era aquello lo que se sentía al morir?
Mientras pensaba en todo aquello me pareció ver una luz en la lejanía, una luz que iba creciendo al igual que mi agitación. ¿Habría sido todo un sueño? Rezaba por que así fuera.
La luz se me hizo casi insoportable. Intente moverme, y lo logré aunque mis manos estaban como agarrotadas.
Alguien quitó los clavos de mi ataúd impacientemente dejando entrar la luz de la luna en mi tumba. Los ojos me ardían y los mantuve medio cerrados hasta que me acostumbré a la luz. Durante ese periodo pude ver dos sombras que me incorporaban exigiéndome rapidez. Yo apenas podía moverme, pero conseguí (no sin dificultad) salir del agujero.
Mi libertad no duró demasiado. Una vez pude abrir los ojos del todo vi a aquellos dos hombres. Me eran conocidos, trabajaban para mi jefe el doctor Lamarque Donyoun (director del centro psiquiátrico de Puerto Príncipe) propietario a su vez de una plantación en la que habitaban y trabajaban casi cien esclavos que hasta la fecha habían estado bajo mi cargo.
Los dos corpulentos hombres me arrastraron la mayoría del camino tirando de la cuerda que tenía atada en las muñecas. La caminata se me hizo eterna ya que mis pies se movían aún con dificultad y mi cuerpo parecía ser el de un viejo de cien años.
Empezaba a amanecer cuando llegamos a la plantación, la silueta de la mansión del doctor Lamarque se dibujaba en el alba, aún así las antorchas que iluminaban el camino principal estaban encendidas dando al lugar un aspecto siniestro.
Los dos hombres tiraban de mí con tal fuerza que me hirieron las muñecas, mis pies desnudos sangraban por los diversos cortes y golpes producidos después de tantas horas por caminos de tierra. Mis pasos eran torpes y descoordinados, y eso ponía más nerviosos a mis captores, los cuales no paraban de gritarme y golpearme. ¿ Por que me trataban de aquella manera?
Tomamos un camino hacía la derecha que rodeaba la mansión, el camino llevaba a las chozas de los esclavos.
Durante el recorrido nos cruzamos con hombres y mujeres, todos ellos caminaban sin rumbo, con la mirada perdida, parecía que buscaran algo ¿una salida quizás? Su caminar era torpe como el mío, algunos babeaban, otros gemían. Una mujer se nos acercó torpemente, parecía intentar avisarme de algo, quiso tocarme pero de su boca solo salió un gran gemido, Uno de los hombres la apartó de un manotazo. La visión de aquella mujer me hizo tomar conciencia de mi situación “¡sus labios estaban cosidos!”.
¿Habría corrido yo la misma suerte? Quise gritar pero no pude abrir la boca, y un dolor sobrehumano me hizo gemir, entonces me desmayé.
Como en una nube mi alma flotaba entre la realidad y el sueño. Notaba la caricia de mi amada Betéche, pero sabía que eso era imposible. Mis ojos se entreabrieron esperanzados pero al momento me mostraron la cruda realidad. Tumbado en un camastro sucio y húmedo comprendí lo que había sido de mí. Nadie me buscaría, nadie sabría de mi triste existencia, condenado a vivir en muerte como un zombi, trabajando día y noche recogiendo algodón sin descanso para el resto de mis días.
Vería a Betéche en brazos del doctor Lamarque. Ni tan siquiera ella me reconocería en mi nuevo estado. El doctor Lamarque habría conseguido convencerla de que morí en manos de los esclavos -“un rudo capataz muerto a manos de sus subordinados no llamaría nunca la atención, de hecho pasaba cada día” - le diría mientras la consolaba. Con el tiempo se olvidaría de mí. Seguramente se casarían y tendrían hijos, quizás serían felices.
Yo sin embargo viviría en la más terrible tortura, la muerte en vida de un triste zombi, de caminar torpe y mirada vacía, uno más entre tantos privados de su libertad hasta el fin de sus días.

La verdadera historia de caperucita roja.

- ¿Telepizza dígame?
¡Otra vez la frase maldita! Aquello no podía significar nada bueno para mí. Sobretodo porque yo era la siguiente en tener que llevar un pedido a casa de algún pesado que aquel día no tenía ganas de cocinar.
Tan solo hacía dos meses que había encontrado trabajo como repartidora de pizzas y ya estaba harta de tener que aguantar a los clientes impertinentes. Aquellos que lo saben todo.
“Que si te has dejado una pizza” “¿Eso que traes es un calzone?” “¡¿Esta mierda dais de regalo?!”
La verdad es que daba ganas de salir corriendo, pero todos aquellos insultos e improperios no eran nada comparado con lo que se me venía encima.
- ¡Mari, tienes que llevar un pedido a la calle Aribau 123, 2º-3ª, rápido!
Dios mío, no me lo podía creer.
-¿Estas segura Vanesa? ¿Calle Aribau 123, 2º-3ª?
- Por supuesto que lo estoy. Una pizza Margarita con doble de queso a la calle Aribau 123 2º-3ª.
No podía ser, otra vez me había tocado llevar una pizza Margarita a la abuela más pesada de toda Barcelona ¡que digo de Barcelona! ¡de toda España! Ni mi abuela que -ya era pesada la pobre- se podía comparar con la abuela de la calle Aribau 123, 2º-3ª.
Escuchar el nombre y el número de aquella calle fue como un jarrón de agua fría.
De todas maneras tenía claro que si quería cobrar a fin de mes tenía que llevar la pizza y aguantar durante una hora -que sería más o menos lo que tardaría en explicarme la dulce abuelita una de sus batallitas- y volver a Telepizza con una sonrisa en los labios.
Lo mejor que podía hacer era acabar lo antes posible con todo aquello, así que hice de tripas corazón y pizza Margarita en mano me subí en mi moto como la que va al matadero.
Antes Vanesa- Vane para los amigos- me recordó que no me distrajera por el camino.
- ¡Mari, no te pares en ningún sitio! ¡acuérdate que la última vez llegaste dos minutos tarde y tuvimos que regalar la pizza y el video del Pato Donald al cliente!
Vane, -como habréis comprobado- no era Miss simpatía, pero era mejor hacerle caso porque tenía un carácter... Además era la hija del amo y así cualquiera.

Estaba claro que aquel no sería mi mejor día. Si lo llego a saber me hubiese quedado en casa, en cama, porque a partir de aquel momento me paso de todo lo imaginable.
Nada más bajar de la acera casi me atropella un todo terreno, y creedme, nunca había visto un coche como aquel tan cerca.
Debería tener muy mala cara por que el conductor bajo corriendo para ver si me encontraba bien. La verdad, es que no se si del susto estaba en estado cata tónico o que, pero de entre la multitud que se acercó a cotillear, vi aparecer al hombre más maravilloso del mundo. Sangraba de lo guapo que era, ojos verdes y penetrantes, cejas espesas y negras, el pelo lleno de rizos, unos dientes blancos, muy finos, y unas orejas afiladas (al estilo del comandante Spock, de la serie Star Treck.)
El chico parecía salido de un anuncio de colonias. Era el ideal de belleza masculina para cualquier mujer, además ¡era simpático y todo!
-¿Te encuentras bien princesa?
“Dios mío, ¿estoy soñando o he oído princesa?”
No, no estaba soñando, el chico me cogía de los hombros y me miraba con aquellos grandes ojos verdes.
“me he enamorado” pensé. Estaba flotando en una nube, allí solo estábamos él y yo. No podía ver a nadie más, solo aquellos ojos que me tenían hipnotizada.
Entonces- como siempre pasa en estos casos- los gritos de Vanesa me hicieron caer estrepitosamente de aquella nube y volver a la cruda realidad.
-¡Mari guapa, espabila que la señora de la calle Aribau 123, 2º3ª ya ha llamado tres veces! ¡o sea que haz el favor de no perder más el tiempo! ¡Hija ya no sabes que hacer para llamar la atención! – Dijo mientras se marchaba moviendo la cabeza.
Es curioso, por que en otra ocasión la hubiese mandado a freír espárragos, pero estaba tan alucinada con lo que me pasaba que opté por subir a mi moto y marcharme pacíficamente. Antes busqué al chico de ojos verdes desesperadamente entre la gente para pedirle el teléfono, pero para mi pesar había desaparecido.
Mientras tomaba la Gran Vía decepcionada por mi mala suerte y absorta en mis pensamientos, pude ver por el espejo retrovisor la figura de un motorista completamente vestido de negro: casco negro, botas negras con hebillas relucientes, y chaqueta de piel negra. El chico conducía una motocicleta de gran cilindrada también negra, claro.
Cuál fue mi sorpresa cuando al llegar a uno de los semáforos el motorista misterioso se colocó justo a mi lado y se levantó la visera del casco descubriendo aquellos ojos verdes, los grandes ojos verdes de mi príncipe azul.
Antes de que pudiera hablar el semáforo se abrió de nuevo y el motorista aceleró con tanta fuerza que desapareció en milésimas de segundos de mi vista y de mi vida. “Que mala suerte, era la segunda vez que lo había perdido sin poder conseguir su teléfono”.
En fin, como ya he dicho antes no era un de mis mejores días, así que me resigné, y después de cuatro semáforos, dos bocinazos y un insulto llegué a mi destino: la calle Aribau 123, 2º 3ª.

Me quité el casco con la esperanza de que la abuela no tuviera muchas ganas de hablar y cogí la pizza del maletero. Todavía estaba caliente.
El portal estaba abierto, era extraño porque la portera- una mujer un poco obesa y con bigote- siempre estaba cotilleando con alguna vecina.
Subí corriendo las escaleras hasta el segundo piso, al llegar casi no podía respirar del esfuerzo.
Y por fin allí estaba, plantada delante de la puerta sin atreverme a llamar. Levanté el dedo en dirección al timbre, pero el dedo parecía tener vida propia y se negaba a apretarlo. Al fin el estridente ruido del timbre sonando insistente me hizo reaccionar.
Alguien observaba detrás de la mirilla. La puerta tardó en abrirse, pero cuando lo hizo casi me caigo de culo.
-Su pizz...
- Hola princesa.
Allí estaba él, con aquellos ojos verdes y penetrantes mirándome intensamente.
No era capaz de moverme, las piernas me temblaban sin parar, mi cuerpo no respondía a mis órdenes, y la pizza casi se me cae al suelo.
Gracias a Dios el me cogió de la mano y me hizo entrar. Pensé que a lo mejor me había equivocado de piso, pero no, no me había equivocado, era el de la abuela, ya lo había visto en más de una ocasión. “Debe ser el nieto” pensé, así que se lo pregunté.
- ¿Donde está tu abuela? ¿Por qué es tu abuela, no?
- Oh si, si, ha salido un momento – Dijo nervioso.- Pero pasa, pasa y siéntate.
Todo aquello comenzó a extrañarme. Primero el accidente, después el encuentro en el semáforo y ahora en casa de la abuela pesada. Era increíble que un chico al que nunca había visto antes, me lo hubiese encontrado en tres ocasiones en menos de una hora. Podía ser casual, pero a mi me comenzaba a preocupar, sobre todo cuando tiró la pizza al sofá- como si de un “frisvi” se tratara,- y se lanzó sobre mi desgarrándome el anorack rojo de Tele Pizza.
“El anorack no que me lo harán pagar como nuevo” Pensé.
Mientras el intentaba quitarme la ropa volví a mirarle a los ojos, aquellos ojos verdes que antes me parecieron tan bonitos se habían convertido en los ojos de un animal salvaje y hambriento, en los ojos de un depredador.
Estaba asustada, aunque el chico me gustaba aquella conducta no me hacía nada de gracia, y menos en la primera cita. Así que haciendo esfuerzos conseguí escapar de sus brazos.

-¡Ya está bien! - Grité mientras me recolocaba la ropa.- ¡No sé que es lo que quieres pero todo esto comienza a no gustarme nada!
El chico me miraba sonriendo maliciosamente con su camisa medio abierta. Estaba claro lo que quería, pero lo tenía difícil conmigo, además si llegaba la abuela y nos descubra ya podía decir adiós al trabajo.
-Mira, será mejor que me vaya.
- ¿a dónde?
- ¡A mi trabajo! Por supuesto.
-Y tú que te lo crees.
Aquello ya era demasiado, no tenía por que soportar más tonterías, así que corrí hacía la puerta con la intención de huir, pero él llego antes que yo bloqueándome la única salida posible. A continuación y con una sonrisa en los labios sacó un cuchillo de cocina que brillaba intensamente reflejando sus ojos ahora sanguinolentos.
-¡Dios mío, ¿Que esta pasando?!
Salí corriendo sin saber donde iba, pasé por la cocina, por el dormitorio, tropezándome con todos los muebles que encontraba en mi camino. El chico me perseguía con el cuchillo en la mano gruñendo como un animal. Aún así, conseguí escapar varias veces de sus garras hasta que me acorralo en el lavabo.
Todo estaba a oscuras, busqué la llave de la luz mientras sujetaba la puerta con desesperación, el monstruo no dejaba de golpearla intentando entrar.
Por fin encontré el interruptor y lo encendí, a continuación puse el pestillo y coloqué una silla debajo del pomo para hacer palanca.
Ahora los golpes eran más intensos, el chico parecía cada vez más cabreado. Lo único que yo podía hacer era mirar aquella puerta mientras retrocedía aterrada, parecía que me hubiesen metido en una de aquellas películas de sangre y vísceras. Nunca me hubiese imaginado que aquello me pudiese pasar a mí.
De repente me topé con la bañera, me di la vuelta, las cortinas estaban corridas, pero detrás de estas me pareció ver una sombra. Cogí las puntas y la descorrí. Los gritos del chico golpeando la puerta se mezclaron con los míos propios, ya que detrás de las cortinas, dentro de la bañera encontré el cuerpo descuartizado de la abuela. “Era un poco pesada la pobre, pero no había para tanto”.
De repente la puerta del lavabo crujió. El asesino consiguió hacer un agujero del tamaño de un puño. Había llegado el momento de actuar. En milésimas de segundo miré por todas partes buscando algo con lo que poder defenderme.
-¡El secador!
No tuve tiempo de decir nada más por que en aquel momento la puerta se abrió estrepitosamente. Allí estaba el asesino delante de mí, mirándome con prepotencia. Poco se esperaba recibir un golpe de secador en la cabeza.
Gracias a Dios se quedó sin sentido, tenía una herida en la frente de la cual le brotaba sangre.
-¡Que se joda, no haberme provocado!- Grité soplando dentro del secador imitando a los vaqueros de las películas.
Salí corriendo a la escalera y allí encontré algunos vecinos que asustados por los gritos habían salido a ver que estaba pasando. Entre ellos se encontraba la portera bigotuda disfrutando como una jabata del espectáculo, y por cosas del destino también había un chico la mar de majo que pistola en mano aseguró ser mozo de escuadra.
Al final todo acabó como en los cuentos, yo quedé con el mozo de escuadra para ir a tomar una copa aquella misma noche y el asesino de abuelitas fue encerrado para el resto de su vida.
Además, resultó que al día siguiente los diarios daban la noticia, y en grandes titulares se podía leer: “Peligroso psicópata capturado gracias a la valentía de una ciudadana” en letras pequeñas ponía mi nombre, Mari Canales.
Como os podéis imaginar toda la gente de mi barrio me miraba, me aplaudía y me besaba al pasar, era la heroína del momento, lo que puso verde de envidia a Vane que había dejado de ser popular por mi culpa y eso no me lo perdonaría nunca jamás. Es más, hasta su padre decidió nombrarme empleada del año. Eso hizo que Vanesa,- Vane para los amigos -entrara en una terrible depresión que la hizo cambiar de trabajo. ¿Os imagináis quien se quedó con su puesto?

Abducción

Una mañana, tras un sueño intranquilo desperté en medio de mi cama revuelta. Todo parecía normal, y aunque era habitual encontrarse tal desorden después de una pesadilla, la visión de algunos objetos extraños enredados entre las sábanas me llenaron de inquietud: Una cuchilla de afeitar brillaba bajo los débiles rayos solares que entraban por la ventana. Encima de la almuhada un cepillo de dientes me observaba inerte y bajo mi cuerpo noté una humedad inusual que me hizo incorporar de un salto. Allí donde había dormido, unas manchas verduzcas mojaban la ropa de la cama. Pero lo más inquietante fue comprobar que bajo los faldones de la cama asomaban lo que parecían los pies de un niño pequeño. Asustado me miré en el espejo. Mis ojos estaban hinchados, en piernas y brazos tenía marcas de dientes humanos y mi cuerpo estaba sucio, dolorido y con sangre seca en las muñecas y los tobillos. Entonces me pregunté si realmente había tenido una pesadilla o quizas había pasado algo terrible, quizas había matado a alguién. Solo recordando lo que había soñado podría encontrar la clave de todos aquellos indicios.

Soñé que un niño me comía. Ahora empezaba a recordar. Soñé que un niño me comía y yo no podía moverme. Estaba atado al cabezal y las patas de la cama con unas delgadas cuerdas de náilon por las muñecas y los tobillos. Seguramente el niño había trepado por la pared del edificio en silencio, como una araña, y entró por la ventana de mi habitación sigilosamente. Yo estaba medio dormido cuando noté que alguién me mordía un codo. Fue un dolor punzante, insoportable, que me hizo abrir los ojos asustado, entonces vi su cara. Era una cara que nunca podré olvidar. Con unos ojos desproporcionadamente grandes para las dimensiones de su cabeza, ojos azules sin pupíla, piel blancuzca, enferma, y dientes puntiagudos como alfileres. Pese ha ser un niño de cuerpo enclenque poseía una fuerza inhumana, casi sobrenatural. Debido a los mordiscos que me propinaba yo grité con desesperación pero de mi garganta no salía ni un solo sonido, era como si mis cuerdas bocales se hubiesen bloqueado. Por un momento el niño dejó de morderme y me miró sonriente, de sus ojos un haz luminoso me cegó por unos momentos, luego perdí el conocimiento.

Bajo una molesta luz observó una mosca que se quedo quieta sobre mi mano. Sus patitas me hacian cosquillas, pero curiosamente no podía espantarla, no podía mover ni un músculo, estaba petrificado. Tenía la sensación de haber estado asi durante muchas horas, me dolía todo el cuerpo y no reconocía donde estaba, así que me limite a esperar a que me dejara en paz y levantara el vuelo por sí sola. Pero la mosca no solo no se fue volando sino que se acerco peligrosamente a mis fosas nasales provocandome un gran estornudo.
¡Pero ¿Cómo te atreves?! – Me gritó con una voz demoniaca.
Yo no supe que contestar. Nunca antes había hablado con una mosca Seguramente en aquella pesadilla yo me había vuelto loco y tenía visiones.
- Sé que crees que estás loco, que una mosca no puede hablar.- el insecto rió como lo haría un ser humano, luego con un gesto horripilante le amenazó.- Pues estas equivocado, hemos venido a aniquilar a todos los humanos y a colonizar la tierra, ¿Que te parece?.
No podía creer lo que escuchaba, si almenos pudiese levantar la mano y aplastarla...
La mosca a pesar de ser diminuta y negra tenía rasgos humanoides que le daban un aspecto terrorífico: ¿Y si era todo real y no una pesadilla? ¿Y si todo aquello estaba pasando realmente delante de mis narices? La mosca se posó de nuevo encima de mi nariz y me miro. De sus miles de pequeños ojos surgieron unos hazes luminosos que me cegaron “Otra vez no” pensé luego volví de nuevo a la oscuridad.
Estaba agotado, un sopor negro planeó sobre mi cuerpo todavía inerte. Solo tenía fuerzas para entreabrir los ojos. Fué asi cuando vi un hombre en mi cuarto de baño, el extraño extendió pasta dentífrica en el cepillo de dientes y me miraba sin expresión alguna, con la mirada vacia, babeante, sin fuerza, como si de un autómata se tratara. Me dolía la cabeza, no entendía nada. Volvía ha estar de nuevo tumbado sobre la cama desde donde contemplaba el reflejo de aquel hombre en el lavabo, fue así como descubri su presencia. Él estaba en el cuarto de baño y gruñia entre dientes – Eres uno de los nuestros – repetía- eres uno de los nuestros- los ojos del hombre eran iguales a los del niño que hacia un momento me había mordido. Ojos enormes, azules, sin pupila. ¿Quienes eran?¿Que querían de mi? El hombre usaba el cepillo como si fuera una cuchara comiéndose la pasta de dientes complacido. - Ya eres uno de los nuestros- masculló expulsando espuma blanca de la boca - No puedes escapar.
El hombre cayó al suelo como un pelele, sujetando en su mano derecha el cepillo.
Su rostro me era familiar -¡Dios mio soy yo! Pensó angustiado, quería gritar pero sus cuerdas vocales no respondieron . un flash de luz surgió de la nada y perdió el sentido.
Por la mañana me desperté rn mi cama. Todo estaba en ordén, tal y como había dejado la noche anterior. Todo estaba bien, solo mi cuerpo estaba dolorido y mi cabeza trastocada, parecía que me hubiesen dado una paliza, pero tenía que ir a trabajar, asi que me levante y fuí al lavabo. Me lavé la cara, puse la radio y empecé a afeitarme normalmente.
- Radio Tele taxi. Son las 7 de la mañana del lunes 18 de octubre...
Subía y bajaba la brocha con la espuma brillante, lentamente intentando relajarme y olvidar mi pesadilla nocturna. Cogí la cuchilla y empecé a afeitarme con cuidado, pero no tanto como me parecía a mi, ya que accidentalmente me corté en el cuello de donde empezó a manar sangre verde.
Aquello me acabó de convencer de que la supuesta pesadilla no era tal ya que había dos cadaveres en mi casa. El niño se encontraba todavía bajo la protección de la cama y el hombre de la pasta de dientes me miraba con aquellos ojos sentado en un rincón del cuarto de baño. A pesar de mi angustía respiré hondo e intenté tranquilizar mi alma. Cerré los ojos y respiré cuatro veces profundamente. Al abrir los ojos todas aquellas visiones terroríficas habían desaparecido. Tenía que asumir mi nueva situación ¿En que me había convertido?¿quizas era una nueva espécie de zombi?,o ¿Quizas era una nueva especie de vampiro? Puse un dedo encima de la herida e impregne mi dedo con la espesa sangre que brotaba de mi cuello, luego la probe. Tenía el mismo sabor que la de toda la vida.
Al mirarme de nuevo en el espejo, y descubrí estupefacto que mis ojos habían cambiado, ya no tenían el mismo color marrón, sino que se habían convertido en unos ojos azules, sin pupílas. En unos ojos de enormes proporciones que deformaban mi cara. Eran unos ojos exactamente iguales a los que poseían mis visitantes de alcoba. ..
El zumbido de un revoloteo de alas sonó por toda la casa fuerte, el ruido era ensordecedor. Ese ruido provoco en mí el mismo efecto que antes lo había hecho la luz, y mi aturdimiento se convirtió en un calor insoportable, y el sopor me provoco de nuevo un desmayo.
No se cuanto tiempo estuve de nuevo inconsciente, solo sé que cuando empecé a despertar escuché ruidos extraños a mi alrededor, pero a pesar de mi curiosidad no me atrevía a abrir los ojos, no quería volver a encontrarme con visiones extrañas, me asustaba despertar en un lugar desconocido. No podría soportar otra vez una tensión como aquella.
La falta de visión me hizo agudizar el oído e intente captar cualquier ruido que me rodeara. Sentía mucho frío, estaba desnudo sobre algo metálico, y el tacto me resultaba muy desagradable. Podía sentir los dedos de los pies como colgando en el aire, sobrepasando lam estructura metálica donde estaba tumbado. Aunque permanecía con los ojos cerrados, era consciente de que una luz muy potente me bañaba todo el cuerpo. Esa era la única fuente de calor que me mantenía en tensión, ya que pensaba que si movía un solo músculo, aquella luz se convertiría en un rayo letal que me fundiría en fracción de segundos.
Mis párpados temblaban sin poder controlarlos, y mis extremidades empezaron a sufrir violentos espasmos. “ Dios Mío es el fín”. Pensé que todo había acabado y en parte, más que un sentimiento de angustia y miedo, sentí alivio. Y deseo que aquella tortura acabara. Si me había vuelto loco no quería vivir, por eso me armé de valor y esperé la muerte con resignación. Pero cual fue mi sorpresa al sentir unos pequeños golpecitos en los párpados. El tacto era como el de dos pequeños y fríos deditos urgaban curiosos, hasta que por fin los mismos los abrieron bruscamente.
Mis ojos se cegaron a causa de la luz anaranjada que se proyectaba justo encima de mi, por eso al principio no pude ver nada hasta que mis ojos se acostumbraron, y entre brumas pudo descifrar donde estaba y quien examinaba su cuerpo con tanto interés. Me sentía como una indefensa hormiguita observaba bajo los aumentos de una gigantesca lupa.

El mar estaba tranquilo aquella tarde, pero mi corazón latía como un caballo desbocado. Allí sentado en la arena miraba el mar azul ensimismado. La playa estaba vacia, solo me encontraba yo frente al mar tranquilo y liso como un plato. Cuando empezó a oscurecer todavía seguía sentado, esperando que sucediera algo. Sabía que yo estaba allí por algú motivo y no tardé en darme cuenta de que mi destino iba a cambiar en pocas horas. De entre la espuma surgió como un coloso, un artefacto metálico que chirriiante emergía lentamente. Parecía increíble que algo de tales dimensiones cupiese dentro del agua. Una vez todo el artefacto estaba fuera se abrió una compuerta de luz cegadora, y un sonido tenue y repetitivo me llamó, haciendo que mi mente y mi alma se desplazara hacía la obertura. Ese sonido repetitivo decía: Ya eres uno de los nuestros.Ya eres uno de los nuestros.

La ciudad de los cristales.

Edificios de alturas vertiginosas, edificios de cristal azul se reflejan en mis pupilas. Fríos edificios imponentes formando un gran bosque de gigantes plateados.
Siempre esta nublado en la ciudad de los cristales, siempre hace frío y el viento gélido azota a sus ciudadanos sin compasión. Nunca hace sol en la ciudad de los cristales. El cielo orgulloso se refleja en los edificios confundiéndose con el horizonte bajo la tenue luz del atardecer. Es imposible saber donde acaba el cielo y donde empieza la ciudad.
Pequeños jardines- como pequeñas semillas- se esparcen por calles y bulevares. En ellos, árboles de hojas rojas y azules se elevan ansiosos al cielo, es el único y último signo de vida en la ciudad de los cristales.
En la ciudad de los cristales todo esta muerto: hombres, mujeres, niños y ancianos caminan despacio, como queriendo para el tiempo. Hombres y mujeres de rostros pálidos y tristes, de vidas grises y vacías recorren las calles a golpes, como la sangre recorre las venas, impulsados por los latidos de un corazón. El corazón de la ciudad.
El corazón de la ciudad de los cristales no es pequeño ni grande, no es débil ni fuerte pero es capaz de hacer que los ciudadanos se vuelvan locos por beber de él. Dicen que los hombres y mujeres de la ciudad de los cristales son incluso capaces de morir en el intento.
Nadie se refleja en los cristales de la ciudad, o quizás nadie quiere mirarse. No les gusta ver sus rostros demacrados, sus ojos inyectados en sangre y sus colmillos afilados.
Rostros que en otros tiempos fueron bellos y alegres, felices y sanos eran ahora el reflejo de lo que se había convertido la vida en la ciudad, la ciudad de los cristales.
Entre sus edificios solo se escuchaba como un bombeo rítmico y persistente, sin descanso, como una música machacona con la que los cuerpos sin alma seguían avanzando, circulando por las venas de la ciudad de los cristales.
Fuera de los límites de la ciudad se alzaban áridas dunas de arena desértica, estériles tierras sin ningún futuro posible. Nadie sabía que había más allá de las dunas pero tampoco importaba.