miércoles, 1 de septiembre de 2010

La ciudad de los cristales.

Edificios de alturas vertiginosas, edificios de cristal azul se reflejan en mis pupilas. Fríos edificios imponentes formando un gran bosque de gigantes plateados.
Siempre esta nublado en la ciudad de los cristales, siempre hace frío y el viento gélido azota a sus ciudadanos sin compasión. Nunca hace sol en la ciudad de los cristales. El cielo orgulloso se refleja en los edificios confundiéndose con el horizonte bajo la tenue luz del atardecer. Es imposible saber donde acaba el cielo y donde empieza la ciudad.
Pequeños jardines- como pequeñas semillas- se esparcen por calles y bulevares. En ellos, árboles de hojas rojas y azules se elevan ansiosos al cielo, es el único y último signo de vida en la ciudad de los cristales.
En la ciudad de los cristales todo esta muerto: hombres, mujeres, niños y ancianos caminan despacio, como queriendo para el tiempo. Hombres y mujeres de rostros pálidos y tristes, de vidas grises y vacías recorren las calles a golpes, como la sangre recorre las venas, impulsados por los latidos de un corazón. El corazón de la ciudad.
El corazón de la ciudad de los cristales no es pequeño ni grande, no es débil ni fuerte pero es capaz de hacer que los ciudadanos se vuelvan locos por beber de él. Dicen que los hombres y mujeres de la ciudad de los cristales son incluso capaces de morir en el intento.
Nadie se refleja en los cristales de la ciudad, o quizás nadie quiere mirarse. No les gusta ver sus rostros demacrados, sus ojos inyectados en sangre y sus colmillos afilados.
Rostros que en otros tiempos fueron bellos y alegres, felices y sanos eran ahora el reflejo de lo que se había convertido la vida en la ciudad, la ciudad de los cristales.
Entre sus edificios solo se escuchaba como un bombeo rítmico y persistente, sin descanso, como una música machacona con la que los cuerpos sin alma seguían avanzando, circulando por las venas de la ciudad de los cristales.
Fuera de los límites de la ciudad se alzaban áridas dunas de arena desértica, estériles tierras sin ningún futuro posible. Nadie sabía que había más allá de las dunas pero tampoco importaba.

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