miércoles, 1 de septiembre de 2010

La verdadera historia de caperucita roja.

- ¿Telepizza dígame?
¡Otra vez la frase maldita! Aquello no podía significar nada bueno para mí. Sobretodo porque yo era la siguiente en tener que llevar un pedido a casa de algún pesado que aquel día no tenía ganas de cocinar.
Tan solo hacía dos meses que había encontrado trabajo como repartidora de pizzas y ya estaba harta de tener que aguantar a los clientes impertinentes. Aquellos que lo saben todo.
“Que si te has dejado una pizza” “¿Eso que traes es un calzone?” “¡¿Esta mierda dais de regalo?!”
La verdad es que daba ganas de salir corriendo, pero todos aquellos insultos e improperios no eran nada comparado con lo que se me venía encima.
- ¡Mari, tienes que llevar un pedido a la calle Aribau 123, 2º-3ª, rápido!
Dios mío, no me lo podía creer.
-¿Estas segura Vanesa? ¿Calle Aribau 123, 2º-3ª?
- Por supuesto que lo estoy. Una pizza Margarita con doble de queso a la calle Aribau 123 2º-3ª.
No podía ser, otra vez me había tocado llevar una pizza Margarita a la abuela más pesada de toda Barcelona ¡que digo de Barcelona! ¡de toda España! Ni mi abuela que -ya era pesada la pobre- se podía comparar con la abuela de la calle Aribau 123, 2º-3ª.
Escuchar el nombre y el número de aquella calle fue como un jarrón de agua fría.
De todas maneras tenía claro que si quería cobrar a fin de mes tenía que llevar la pizza y aguantar durante una hora -que sería más o menos lo que tardaría en explicarme la dulce abuelita una de sus batallitas- y volver a Telepizza con una sonrisa en los labios.
Lo mejor que podía hacer era acabar lo antes posible con todo aquello, así que hice de tripas corazón y pizza Margarita en mano me subí en mi moto como la que va al matadero.
Antes Vanesa- Vane para los amigos- me recordó que no me distrajera por el camino.
- ¡Mari, no te pares en ningún sitio! ¡acuérdate que la última vez llegaste dos minutos tarde y tuvimos que regalar la pizza y el video del Pato Donald al cliente!
Vane, -como habréis comprobado- no era Miss simpatía, pero era mejor hacerle caso porque tenía un carácter... Además era la hija del amo y así cualquiera.

Estaba claro que aquel no sería mi mejor día. Si lo llego a saber me hubiese quedado en casa, en cama, porque a partir de aquel momento me paso de todo lo imaginable.
Nada más bajar de la acera casi me atropella un todo terreno, y creedme, nunca había visto un coche como aquel tan cerca.
Debería tener muy mala cara por que el conductor bajo corriendo para ver si me encontraba bien. La verdad, es que no se si del susto estaba en estado cata tónico o que, pero de entre la multitud que se acercó a cotillear, vi aparecer al hombre más maravilloso del mundo. Sangraba de lo guapo que era, ojos verdes y penetrantes, cejas espesas y negras, el pelo lleno de rizos, unos dientes blancos, muy finos, y unas orejas afiladas (al estilo del comandante Spock, de la serie Star Treck.)
El chico parecía salido de un anuncio de colonias. Era el ideal de belleza masculina para cualquier mujer, además ¡era simpático y todo!
-¿Te encuentras bien princesa?
“Dios mío, ¿estoy soñando o he oído princesa?”
No, no estaba soñando, el chico me cogía de los hombros y me miraba con aquellos grandes ojos verdes.
“me he enamorado” pensé. Estaba flotando en una nube, allí solo estábamos él y yo. No podía ver a nadie más, solo aquellos ojos que me tenían hipnotizada.
Entonces- como siempre pasa en estos casos- los gritos de Vanesa me hicieron caer estrepitosamente de aquella nube y volver a la cruda realidad.
-¡Mari guapa, espabila que la señora de la calle Aribau 123, 2º3ª ya ha llamado tres veces! ¡o sea que haz el favor de no perder más el tiempo! ¡Hija ya no sabes que hacer para llamar la atención! – Dijo mientras se marchaba moviendo la cabeza.
Es curioso, por que en otra ocasión la hubiese mandado a freír espárragos, pero estaba tan alucinada con lo que me pasaba que opté por subir a mi moto y marcharme pacíficamente. Antes busqué al chico de ojos verdes desesperadamente entre la gente para pedirle el teléfono, pero para mi pesar había desaparecido.
Mientras tomaba la Gran Vía decepcionada por mi mala suerte y absorta en mis pensamientos, pude ver por el espejo retrovisor la figura de un motorista completamente vestido de negro: casco negro, botas negras con hebillas relucientes, y chaqueta de piel negra. El chico conducía una motocicleta de gran cilindrada también negra, claro.
Cuál fue mi sorpresa cuando al llegar a uno de los semáforos el motorista misterioso se colocó justo a mi lado y se levantó la visera del casco descubriendo aquellos ojos verdes, los grandes ojos verdes de mi príncipe azul.
Antes de que pudiera hablar el semáforo se abrió de nuevo y el motorista aceleró con tanta fuerza que desapareció en milésimas de segundos de mi vista y de mi vida. “Que mala suerte, era la segunda vez que lo había perdido sin poder conseguir su teléfono”.
En fin, como ya he dicho antes no era un de mis mejores días, así que me resigné, y después de cuatro semáforos, dos bocinazos y un insulto llegué a mi destino: la calle Aribau 123, 2º 3ª.

Me quité el casco con la esperanza de que la abuela no tuviera muchas ganas de hablar y cogí la pizza del maletero. Todavía estaba caliente.
El portal estaba abierto, era extraño porque la portera- una mujer un poco obesa y con bigote- siempre estaba cotilleando con alguna vecina.
Subí corriendo las escaleras hasta el segundo piso, al llegar casi no podía respirar del esfuerzo.
Y por fin allí estaba, plantada delante de la puerta sin atreverme a llamar. Levanté el dedo en dirección al timbre, pero el dedo parecía tener vida propia y se negaba a apretarlo. Al fin el estridente ruido del timbre sonando insistente me hizo reaccionar.
Alguien observaba detrás de la mirilla. La puerta tardó en abrirse, pero cuando lo hizo casi me caigo de culo.
-Su pizz...
- Hola princesa.
Allí estaba él, con aquellos ojos verdes y penetrantes mirándome intensamente.
No era capaz de moverme, las piernas me temblaban sin parar, mi cuerpo no respondía a mis órdenes, y la pizza casi se me cae al suelo.
Gracias a Dios el me cogió de la mano y me hizo entrar. Pensé que a lo mejor me había equivocado de piso, pero no, no me había equivocado, era el de la abuela, ya lo había visto en más de una ocasión. “Debe ser el nieto” pensé, así que se lo pregunté.
- ¿Donde está tu abuela? ¿Por qué es tu abuela, no?
- Oh si, si, ha salido un momento – Dijo nervioso.- Pero pasa, pasa y siéntate.
Todo aquello comenzó a extrañarme. Primero el accidente, después el encuentro en el semáforo y ahora en casa de la abuela pesada. Era increíble que un chico al que nunca había visto antes, me lo hubiese encontrado en tres ocasiones en menos de una hora. Podía ser casual, pero a mi me comenzaba a preocupar, sobre todo cuando tiró la pizza al sofá- como si de un “frisvi” se tratara,- y se lanzó sobre mi desgarrándome el anorack rojo de Tele Pizza.
“El anorack no que me lo harán pagar como nuevo” Pensé.
Mientras el intentaba quitarme la ropa volví a mirarle a los ojos, aquellos ojos verdes que antes me parecieron tan bonitos se habían convertido en los ojos de un animal salvaje y hambriento, en los ojos de un depredador.
Estaba asustada, aunque el chico me gustaba aquella conducta no me hacía nada de gracia, y menos en la primera cita. Así que haciendo esfuerzos conseguí escapar de sus brazos.

-¡Ya está bien! - Grité mientras me recolocaba la ropa.- ¡No sé que es lo que quieres pero todo esto comienza a no gustarme nada!
El chico me miraba sonriendo maliciosamente con su camisa medio abierta. Estaba claro lo que quería, pero lo tenía difícil conmigo, además si llegaba la abuela y nos descubra ya podía decir adiós al trabajo.
-Mira, será mejor que me vaya.
- ¿a dónde?
- ¡A mi trabajo! Por supuesto.
-Y tú que te lo crees.
Aquello ya era demasiado, no tenía por que soportar más tonterías, así que corrí hacía la puerta con la intención de huir, pero él llego antes que yo bloqueándome la única salida posible. A continuación y con una sonrisa en los labios sacó un cuchillo de cocina que brillaba intensamente reflejando sus ojos ahora sanguinolentos.
-¡Dios mío, ¿Que esta pasando?!
Salí corriendo sin saber donde iba, pasé por la cocina, por el dormitorio, tropezándome con todos los muebles que encontraba en mi camino. El chico me perseguía con el cuchillo en la mano gruñendo como un animal. Aún así, conseguí escapar varias veces de sus garras hasta que me acorralo en el lavabo.
Todo estaba a oscuras, busqué la llave de la luz mientras sujetaba la puerta con desesperación, el monstruo no dejaba de golpearla intentando entrar.
Por fin encontré el interruptor y lo encendí, a continuación puse el pestillo y coloqué una silla debajo del pomo para hacer palanca.
Ahora los golpes eran más intensos, el chico parecía cada vez más cabreado. Lo único que yo podía hacer era mirar aquella puerta mientras retrocedía aterrada, parecía que me hubiesen metido en una de aquellas películas de sangre y vísceras. Nunca me hubiese imaginado que aquello me pudiese pasar a mí.
De repente me topé con la bañera, me di la vuelta, las cortinas estaban corridas, pero detrás de estas me pareció ver una sombra. Cogí las puntas y la descorrí. Los gritos del chico golpeando la puerta se mezclaron con los míos propios, ya que detrás de las cortinas, dentro de la bañera encontré el cuerpo descuartizado de la abuela. “Era un poco pesada la pobre, pero no había para tanto”.
De repente la puerta del lavabo crujió. El asesino consiguió hacer un agujero del tamaño de un puño. Había llegado el momento de actuar. En milésimas de segundo miré por todas partes buscando algo con lo que poder defenderme.
-¡El secador!
No tuve tiempo de decir nada más por que en aquel momento la puerta se abrió estrepitosamente. Allí estaba el asesino delante de mí, mirándome con prepotencia. Poco se esperaba recibir un golpe de secador en la cabeza.
Gracias a Dios se quedó sin sentido, tenía una herida en la frente de la cual le brotaba sangre.
-¡Que se joda, no haberme provocado!- Grité soplando dentro del secador imitando a los vaqueros de las películas.
Salí corriendo a la escalera y allí encontré algunos vecinos que asustados por los gritos habían salido a ver que estaba pasando. Entre ellos se encontraba la portera bigotuda disfrutando como una jabata del espectáculo, y por cosas del destino también había un chico la mar de majo que pistola en mano aseguró ser mozo de escuadra.
Al final todo acabó como en los cuentos, yo quedé con el mozo de escuadra para ir a tomar una copa aquella misma noche y el asesino de abuelitas fue encerrado para el resto de su vida.
Además, resultó que al día siguiente los diarios daban la noticia, y en grandes titulares se podía leer: “Peligroso psicópata capturado gracias a la valentía de una ciudadana” en letras pequeñas ponía mi nombre, Mari Canales.
Como os podéis imaginar toda la gente de mi barrio me miraba, me aplaudía y me besaba al pasar, era la heroína del momento, lo que puso verde de envidia a Vane que había dejado de ser popular por mi culpa y eso no me lo perdonaría nunca jamás. Es más, hasta su padre decidió nombrarme empleada del año. Eso hizo que Vanesa,- Vane para los amigos -entrara en una terrible depresión que la hizo cambiar de trabajo. ¿Os imagináis quien se quedó con su puesto?

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